martes, junio 28, 2005

Thamber era un mundo maravilloso. Nadie sabía cuándo llegó el primer hombre, la fecha se perdía en el pasado. Había varios continentes, subcontinentes, penínsulas y un gran archipiélago con islas tropicales. Alusz Iphigenia había nacido en Draszane, Gentilly, un principado en el extremo occidental del continente más pequeño. Al este estaba Vadrus, gobernada por Sion Trumble, y más allá, el País de Misk. El resto del continente, salvo un pequeño número de estados feudales en la costa este, eran tierras inhóspitas habitadas por bárbaros. Condiciones similares prevalecían en los otros continentes. Alusz Iphigenia se refirió a un amplio abanico de pueblos, cada uno con sus características específicas. Algunos dieron a Thamber grandes músicos y espectáculos de impresionante belleza; otros eran fetichistas y asesinos regidos por ogros. En las montañas, tras los muros de sus castillos, vivían arrogantes e indómitos cabecillas de bandidos y de truhanes. Por todas partes había hechiceros y brujos, capaces de las hazañas más inauditas, y una zona misteriosa al norte del continente más extenso estaba sometida al capricho de monstruos y demonios. La flora y la fauna nativa eran complejas, ricas y de gran belleza, y a veces peligrosas; había monstruos marinos, lobos escamosos de las tundras, el horrible dnazd de las montañas al norte de Misk.
Tanto la tecnología como los modos de vida modernos eran desconocidos en Thamber. Hasta los Guerreros Pardos de Kokor Hekkus utilizaban sólo vulgas y cuchillos, mientras los caballeros de Misk iban armados con espadas y ballestas. Se sucedían las escaramuzas entre Misk y Vadrus; Gentilly era el aliado de Vadrus. Sion Trumble, un hombre de inmenso valor, nunca había sido capaz de aniquilar a los Guerreros Pardos. En una tremenda batalla repelió a los bárbaros de Skar Sakau, que luego había vuelto su furia hacia el sur, al País de Misk, donde asoló varios poblados, destruyó puestos de avanzada y sembró la desolación.
Gersen escuchaba y paladeaba cada palabra. Las románticas leyendas que se referían a Thamber no exageraban; en todo caso, no alcanzaban a describir la magnificencia de su realidad.

Jack Vance "La máquina de matar"