viernes, junio 03, 2005

Gersen examinó los formularios y seleccionó un alojamiento de clase B, lo que le permitiría utilizar las actividades recreativas de la institución y encontrar un poco de intimidad. En su momento, fue trasladado a su apartamento, que le pareció bastante confortable. Se bañó, se vistió con ropas limpias que le habían proporcionado, se acostó sobre la cama y consideró las posibilidades futuras. Primero, era necesario que se liberara de la depresión y el sentimiento de culpabilidad que le angustiaban desde el momento en que la linterna de Seuman Otwal le había deslumbrado. Durante demasiado tiempo se había considerado invulnerable, protegido por el destino... simplemente por la fuerza de sus motivaciones. Quizá era su única superstición: el solipsístico convencimiento de que, uno tras otro, los cinco individuos que habían asolado Monte Agradable morirían a sus manos. Persuadido por su fe, Gersen había reprimido el acto sensato de matar a Seuman Otwal... y había sufrido las consecuencias.
Debía modificar su manera de pensar. Su método de abordar el problema había sido complaciente, doctrinario, didáctico. Se había comportado como si el logro de sus ambiciones estuviera preestablecido, como si poseyera poderes sobrenaturales. Un error garrafal, pensó Gersen. Seuman Otwal le había capturado con ridícula facilidad, con ultrajante sencillez; no tuvo más que arrojarle al interior de una nave con el resto del equipo. Gersen mortificaba su autoestima, jamás había comprendido cuán grande era su vanidad. Muy bien, se dijo: si los elementos básicos de su naturaleza eran la inventiva y el individualismo, ya era hora de poner estos atributos en juego.
Menos enojado (de hecho, algo divertido con su propia seriedad), estudió la situación. Gersen conservaba en su poder el medio millón pagado por Patch -dinero que anteriormente le había facilitado Duschane Audmar- y tal vez unos setenta u ochenta mil de la herencia del abuelo. Su tarifa de rescisión sobrepasaba en un millón de UCL esa cantidad, una suma que se hallaba fuera de su alcance.
Gersen se puso a pensar en Alusz Iphigenia Eperje-Tokay, la chica de Thamber. Su rescate estaba valorado en diez mil millones de UCL, una suma fantástica: ¿cuánto le faltaría a Kokor Hekkus para alcanzarla?
Sonó un gong anunciando la cena. Una atmósfera similar a la de un presidio reinaba en la pieza, intensificada por la soledad de los comensales y la ausencia de conversaciones o bromas entre las mesas. La comida era sintética, de un color desagradable, no demasiado bien preparada ni muy abundante. Incluso Gersen, que no le concedía gran importancia a la comida, la encontró poco apetitosa. Si ésta era la cocina de clase B, trató de imaginarse cómo sería la de clase E. Quizá no muy diferente.

Jack Vance "La máquina de matar"