martes, mayo 31, 2005

El tiempo pasó. En el interior del taller se podía ver el extremo de la fortaleza recubierta de lonas y, de vez en cuando, algún técnico. En una ocasión, la fornida figura de Patch se dibujó en el umbral de la puerta cuando salió a observar el cielo.
Gersen comprobó la hora: faltaban cinco minutos para las doce.
Un minuto antes de medianoche Patch volvió a asomarse. Llevaba un par de proyectores alojados en fundas en su cintura, y un micrófono en su garganta hacía suponer que mantenía permanente contacto con la frecuencia de la policía. Pasó otro minuto. Un largo y tétrico toque de sirena procedente del monumento de Mermiana, el coloso femenino sumergido hasta la rodilla en el agua, indicó la medianoche. En lo alto del cielo apareció la forma de un transporte de mudanzas. Descendió, luego frenó a mitad de camino. Gersen forzó la vista y acarició su rifle lanzagranadas. El transporte debía de estar tripulado por hombres al servicio de Kokor Hekkus; la galaxia se beneficiaría de esas muertes... Pero ¿dónde estaba Kokor Hekkus?
Un pequeño coche aéreo apareció. Planeó y, transgrediendo las normas de tráfico de Patris, descendió en plena calle, a menos de tres metros del lugar en el que se escondía Gersen.
Dos hombres bajaron del coche aéreo. Gersen emitió un gruñido de disgusto. Ninguno de los dos era Seuman Otwal; ninguno podía ser Kokor Hekkus. Ambos eran bajos, robustos y de piel oscura; ambos llevaban pantalones y capuchas negras. Caminaron con rapidez hacia la tienda, observaron el interior, y uno hizo un gesto imperioso. Patch se adelantó con un contoneo truculento y poco convincente. Se detuvo y habló: los dos asintieron brevemente y uno dijo unas palabras en un micrófono.
Patch se dió la vuelta y gesticuló. La fortaleza salió a la calle, las lonas bamboleándose y saltando al compás de las patas. Del cielo bajó el transporte.
Patch entró en la tienda, las manos sobre sus armas. Los dos hombres de negro le ignoraron. Del transporte aéreo bajaron diez cables. Los dos hombres treparon a la parte superior de la fortaleza y ataron los cables alrededor de la zona dorsal. Saltaron a tierra y dieron una sacudida; la fortaleza se elevó y desapareció en la noche. El coche aéreo se alejó en la oscuridad. La tienda quedó vacía, casi desamparada.
Las puertas del Taller B se cerraron; la calle se veía oscura y desierta. Gersen abandonó su escondite. Se sentía irritado y vencido. ¿Por qué no haber abatido, cuando menos, el coche aéreo y la fortaleza? La indecisión había agarrotado su dedo. Ansiaba la confrontación final. Kokor Hekkus debía saber por qué moría y quién le mataba. Dispararle en la oscuridad estaba bien, pero no era lo mejor.
Gersen salió a la calle. Tres sombrías figuras retrocedieron sorprendidas. Una rugió una orden y un haz de intensa luz blanca cegó a Gersen. Buscó sus armas; una de las figuras se abalanzó sobre él y le golpeó el brazo: otra lanzó sobre su cabeza un largo cable negro, que se enrolló alrededor del cuerpo de Gersen como si estuviera vivo, inmovilizándole el brazo derecho y los muslos. Otro cable rodeó sus piernas. Gersen se tambaleó y cayó. Sus armas pesadas se apretaban contra su costado, pero el cuchillo y el proyector estaban fuera de su alcance.
El hombre de la linterna avanzó y la enfocó en Gersen.
-Muy bien -rió-. Éste es el tipo que tiene el dinero.
Era la voz fría y jovial de Seuman Otwal.
-Regístrale con cuidado. Este hombre puede ser peligroso.
Dedos expertos palparon, encontraron y sacaron una daga, un saquito medio lleno de un líquido adormecedor y otros objetos varios que dejaron asombrados a los asaltantes.
-Este tipo es un arsenal ambulante. No me gustaría enfrentarme a él sin tener ayuda.
-Sí -reflexionó en voz alta Seuman Otwal-, un tipo bastante raro, desde luego, bastante raro... Bien, no importa. El universo está plagado de tipos raros, como todos sabemos. Ahora es nuestro invitado, y no es preciso que nos retrasemos por Patch.
Un vehículo aéreo se materializó al instante, y Gersen fue empujado al interior. La nave despegó en dirección a la noche de Krokinole.

Jack Vance "La máquina de matar"