sábado, junio 04, 2005

Después de cenar llegó la llamada hora social, en un ancho recinto protegido contra el viento nocturno, cargado de polvo, de Sasani. Aquí se reunían todos los huéspedes de Intercambio tras la cena, azuzados por el aburrimiento y la curiosidad; ¿quién había llegado, quién se había ido? Gersen firmó una nota en el quiosco central a cambio de una cerveza, cogió el vaso de papel y se sentó en un banco. Había unas doscientas personas a la vista: gente de todas las edades y razas. Algunos paseaban, otros jugaban al ajedrez, unos pocos conversaban, otros le imitaban y se sentaban a beber en silencio. Había pocos ánimos de hacer amistades; la expresión de los rostros era casi idéntica: una tibia animosidad hacia Intercambio y todo lo relacionado con él, incluyendo a los demás huéspedes. Hasta los niños parecían afectados por la tristeza general, aunque mostraban mayor disposición a formar grupos. Gersen contó unas veinte jóvenes, aún más reservadas, hurañas e indignadas que el resto. Las examinó con curiosidad: ¿cuál era Alusz Iphigenia? Si Kokor Hekkus ansiaba poseerla, debía ser extraordinariamente bella; ninguna de las presentes parecía reunir los requisitos. Demasiado mayores o demasiado jóvenes, sin una belleza particular... como la de la chica que se sentaba en el extremo opuesto de su banco, que acaso congregaba en su persona las características exigidas por Kokor Hekkus. Era de piel pálida, veteada de un marfil crepuscular. Tenía unos brillantes ojos grises y facciones regulares. Llevaba el pelo rubio peinado en melena: en pocas palabras, no carecía de atractivo, pero diez mil millones de UCL por su rescate serían excesivos. Gersen no se habría fijado en ella por segunda vez de no ser por la insolente postura de su cabeza, por la mirada que destilaba una fría inteligencia... El empleado que había atendido a Gersen en su visita anterior cruzó el recinto sin mirar a ningún lado. ¿Cómo se llamaba? Armand Koshiel. El malhumor de Gersen aumentó... El período social llegó a su fin. Los huéspedes marcharon a sus respectivos aposentos.
El desayuno -té, bollos y mermelada- fue servido directamente en el apartamento, tras lo cual Gersen fue conducido al edificio que albergaba las dependencias administrativas. Allí se reunió con varias de las personas con las que había llegado a Intercambio.
Al cabo de pocos minutos le llamaron por su nombre. Entró en el despacho ocupado por un empleado de aspecto hostil, que le dedicó un saludo glacial y un discurso bien ensayado:
-Señor Wall, siéntese, por favor. Desde su punto de vista su presencia aquí constituye una desgracia; desde el nuestro, usted es un huésped al que se debe tratar con cortesía y dignidad. Estamos ansiosos de demostrar el porqué de nuestro prestigio, y tomaremos todas las medidas encaminadas a este propósito. Usted se halla aquí patrocinado por el señor Kokor Hekkus. Solicita la cantidad de un millón seiscientos ochenta y un mil cuatrocientos noventa UCL, y le voy a preguntar ahora cómo piensa usted reunirla.

Jack Vance "La máquina de matar"