martes, noviembre 02, 2004

El paisaje resultaba de lo más singular, incluso para los viajeros acostumbrados a mundos extraños. Era una superficie esponjosa y oscura con diversos matices de marrón, pardo y gris, alterada aquí y allá por conos volcánicos y colinas ondulantes de poca altura, tal vez materia residual de una verdadera estrella, las escorias muertas de un fuego apagado tras millones de años de actividad energética. Quizá pudiera ser también materia procedente del espacio exterior y sedimentada a lo largo de milenios.
Lo más probable es que se diesen ambas circunstancias. La sensación de hallarse sobrevolando la superficie de una estrella apagada ¿contribuiría a aumentar la sensación de irrealidad? La débil atmósfera permitiría una visión perfecta y clarísima de las cosas, el horizonte se expandía en todas direcciones y el panorama parecía no tener fin. Y sobre su cabeza la enorme masa suavemente resplandeciente de la enana roja, cubría la octava parte del cielo visible.
El terreno se elevó gradualmente hasta la meseta que formaba la palma de la mano de aquella extraña formación orográfica: un titánico flujo de lava. Gersen se inclinó hacia la derecha. Frente a él pudo ver una línea de colinas oscuras yaciendo a través del paisaje como la espina dorsal de un tricerátopo petrificado de tamaño monstruoso. Aquello era el "dedo pulgar", al final del cual surgía el volcán apagado de Dasce. Gersen voló lo más bajo posible sobre el terreno, aprovechando todos los escondites que le hicieran pasar inadvertido, escurriéndose de un lado a otro, muy cerca del muro de la meseta, aproximándose así a la línea de los dentados picos de la cordillera.

Jack Vance "El rey estelar"