lunes, octubre 25, 2004

Con renovada prisa Gersen condujo su máquina hacia las avenidas exteriores, cruzó Sailmaker Beach y se dirigió hacia el centro de Avente. Buscó el Servicio Consultivo Técnico Universal y se entrevistó con un operador.
-Resuélvame este problema, por favor. Una espacionave deja el planeta Nueva Esperanza, viene directamente hacia aquí, a Avente, llegando diez días más tarde. Deseo una lista completa de todas las estrellas enanas rojas que ese navío espacial pudo haber visitado.
El operador meditó la respuesta.
-Existe una formación elipsoidal con el foco en Nueva Esperanza y Alphanor. Hay que tener en cuenta las aceleraciones y deceleraciones, los probables períodos de aproximación y aterrizaje. Habrá un lugar de la más alta probabilidad y áreas en que disminuya tal probabilidad.
-Coloque el problema de forma que la computadora electrónica catalogue estas estrellas en orden de probabilidad.
-¿Hasta qué limite?
-Pues... una probabilidad entre cincuenta. Inclya también las constantes de esas estrellas tal y como están catalogadas en la Agenda.
-Muy bien, señor. Los honorarios son veinticinco UCL.
Gersen pagó el importe señalado y el operador trasladó el problema con las palabras apropiadas, hablando por un micrófono. Treinta segundos más tarde una hoja de papel cayó sobre una bandeja metálica. El operador la firmó, puso el sello del Centro y la entregó sin más palabras a Gersen.
En el resultado de la computadora había catalogadas cuarenta y tres estrellas. Gersen comparó la lista con la Agenda de Hildemar Dasce. Una simple estrella coincidía en ambas listas. Gersen frunció el entrecejo, confuso. La estrella era miembro de un sistema binario, sin planetas. La pareja era... ¡Naturalmente! Una repentina chispa de luz aclaró el pensamiento de Gersen. ¿Cómo podrían existir volcanes en la compañera de una estrella enana roja? El mundo de Dasce no era un planeta, sino una estrella apagada, con una superficie muerta, aunque tal vez desprendiera aún algo de calor. Gersen había estudiado tales casos en su juventud en las clases de Astronomía. Solían ser demasiado densas en su masa; pero si una pequeña estrella, en el curso de dos o tres mil millones de años, conseguía expeler hacia su superficie suficiente detritus como para formar una coraza espesa de materiales ligeros, la gravedad de la superficie podía muy bien reducirse a un nivel tolerable.

Jack Vance "El rey estelar"