jueves, noviembre 23, 2006

Jehan Addels, fiel a su meticulosa costumbre, llegó con diez minutos de adelanto al lugar de la cita. Examinó con cuidado los alrededores antes de bajar del coche. El panorama era dramático, si bien aparentemente no había señales de peligro. A la derecha se erguía la Posada de Phruster, de madera ennegrecida por siglos de viento y lluvia, y más allá los Riscos de Dunveary, que se alzaban hasta desaparecer en la niebla. A la izquierda, los Dominios de Phruster abarcaban las tres cuartas parted de un círculo completo y varios miles de kilómetros cuadrados de territorio, que variaban según los caprichos del tiempo.
Addels, un hombre delgado, de piel color pergamino y una frente alta y despejada, descendió de su coche, dedicó una única mirada escéptica a las siniestras estribaciones, y fue a situarse sobre la plataforma de observación. Se apoyó contra el parapeto, encogió los hombros para protegerse del viento y esperó.
Era cerca del mediodía; el brillo pálido de Vega se abría paso entre la niebla. Una docena de personas ocupaban el parapeto. Addels las examinó una a una minuciosamente. A juzgar por sus atavíos, de colores rojo apagado, pardo y verde oscuro, se trataba de campesinos; los residentes de la ciudad sólo utilizaban un pardo poco vistoso, con algún adorno negro ocasional. Parecía un grupo inofensivo. Addels volvió a fijarse en el panorama; el lago Feamish a la izquierda, más abajo Rath Eileann, el brumoso valle Moy a la derecha... Consultó su reloj con el ceño fruncido. El hombre al que aguardaba le había dado instrucciones muy precisas. La falta de puntualidad podía indicar problemas. Addels aspiró con vigor por la nariz, para expresar envidia y desdén hacia una manera de vivir mucho más azarosa que la suya.

Jack Vance "El rostro"