sábado, diciembre 03, 2005

Gersen bebió una jarra de vino en un bar cercano y contempló la puesta de sol... Gersen pidió un listín y buscó el apellido Haenigsen. Allí estaba; el volumen se abrió casi en la página correcta. Gersen copió las direcciones y solicitó ayuda de un camarero. Roman Haenigsen vivía a escasamente cinco minutos. Gersen terminó el vino y salió a la luz mortecina del crepúsculo.
La casa de Roman Haenigsen era la más elegante de las que había visitado ese día; tres plantas de metal y paneles de piedra fundida, con ventanas eléctricas que se hacían opacas o transparentes al pronunciar una palabra.
Haenigsen acababa de llegar a casa cuando Gersen se detuvo ante la puerta. Era un hombre pequeño y enérgico, de cabeza grande y delicadas facciones. Examinó con suspicacia a Gersen y preguntó qué deseaba. Gersen se decantó por la sinceridad.
-Realizo una investigación relativa a su antiguo compañero de clase Vogel Filschner. Según tengo entendido, usted fue su único amigo.
-Hum. -Roman Haenigsen reflexionó unos instantes-. Venga adentro, por favor, y hablaremos.
Guió a Gersen hasta un estudio decorado con toda clase de objetos relacionados con el ajedrez: retratos, bustos, colecciones de piezas, fotografías. Gersen aceptó una copa de cristal que contenía dos dedos de licor.
-Gracias.
-¡Vogel Filschner! Es extraño oír su nombre otra vez. ¿Alguien sabe su paradero?
-Es lo que estoy intentando averiguar.
-No la sacará de mí. No he sabido nada de él desde mil cuatrocientos noventa y cuatro.
-Tenía pocas esperanzas de que hubiera regresado bajo su auténtica identidad. Pero todo es posible.
Gersen se interrumpió mientras Roman Haenigsen enlazaba los dedos.
-¡Muy peculiar! Cada jueves por la noche juego en el Club de Ajedrez. Hará un año tal vez me fijé en un hombre que estaba de pie bajo el reloj. Pensé, ¿no será ése Vogel Filschner? Se volvió y vi su cara. Se parecía a Vogel, pero era muy diferente. Un hombre de rasgos y maneras elegantes, un hombre que no tenía nada de la hosquedad y la tirantez de Vogel. Y sin embargo, ahora que lo menciona, había algo en ese hombre, la forma de mover los brazos y las manos, que me recordaba a Vogel.
-¿No ha vuelto a ver a ese hombre desde entonces?
-Ni una vez.
-¿Habló con él?
-No. A causa de la sorpresa debí mirarlo fijamente, pero luego me olvidé de él.
-¿Cree que vogel querría hablar con alguien en concreto? ¿Tenía otros amigos, aparte de usted?
-Apenas era su amigo. Compartíamos una mesa de laboratorio. Jugué con él algunas partidas de ajedrez, que ganó. Si se hubiera dedicado en cuerpo y alma habría ganado el campeonato, pero lo único que le preocupaba era perseguir a las chicas y escribir poesía barata imitando a un tal Navarth.
-Ah, Navarth. Ése es el poeta al que Vogel Filschner quería emular.
-Por desgracia. En mi opinión, Navarth era un charlatán, un engreído, un hombre de actitudes muy dudosas.
-¿Qué ha sido de Navarth?
-Creo que aún sigue en la brecha, pero ya no es lo que era hace treinta años. La gente madura; la decadencia estudiada ya no impresiona tanto como cuando era un adolescente. Vogel, por supuesto, quedó muy impresionado, y cayó en el más espantoso de los ridículos con tal de identificarse con su ídolo. Tal como le digo. ¡Si hay que culpar a alguien por los crímenes de Vogel Filschner, ése es el poeta loco Navarth!

Jack Vance "El palacio del amor"