miércoles, diciembre 29, 2004

Un año más tarde, Kirth Gersen volvió solo al planeta Teehalt en su espacionave modelo 9-B. Cerniéndose en el espacio, examinó el valle con el macroscopio sin descubrir signos de vida. Había al menos un proyector en el planeta y podía muy bien hallarse en manos de Hildemar Dasce. Aguardó hasta la caída de la noche y tomó tierra silenciosamente en una quebrada en las montañas por encima del valle. La larga noche llegó a su fin. Al amanecer, Gersen se encaminó hacia el valle, con su cuidado de ocultarse siempre entre los árboles.
Desde lejos, oyó el sonido de los golpes de un hacha. Se aproximó con cautela hacia el lugar de donde provenía el ruido. En el límite del bosque, Robin Rampold descortezaba un árbol caído. Gersen se acercó con parsimonia. La cara de Rampold se había rellenado y su cuerpo aparecía ahora vigoroso y bronceado. Gersen le llamó por su nombre. Rampold dio un salto y buscó entre las sombras.
-¿Quién está ahí?
-Kirth Gersen.
-¡Venga, hombre, venga! No es preciso que se oculte.
Gersen se adelantó hacia el límite del bostque y miró a su alrededor.
-Temía encontrarme con Hildemar.
-Ah -replicó Robin-. No es preciso que tema nada de Hildemar Dasce.
-¿Ha muerto?
-No. Está bien vivo, encerrado en una pequeña pocilga que he construido para él. Con su permiso, no le llevaré hasta él, ya que el lugar está bien escondido para cualquiera que venga a visitar el planeta.
-Bien. Entonces consiguió derrotarle.
-Por supuesto. ¿Lo puso usted en duda? Tengo muchos más recursos que él. Cavé una zanja durante la primera noche y construí una trampa; por la mañana Hildemar se fue arrastrando por el suelo, a fin de robarme los alimentos. Cayó en ella y le hice prisionero. Ahora es un hombre distinto. -Miró al rostro de Kirth Gersen-. ¿Lo desaprueba usted?
Gersen se encogió de hombros.
-He venido solo para llevarle al Oikumene.

Jack Vance "El rey estelar"