jueves, diciembre 30, 2004

-No -repuso decididamente Rampold-. No tenga miedo por mí. Vívire lo que me quede de vida en este planeta con Hildemar Dasce. Es un lugar muy hermoso. He hallado suficiente alimento y diariamente me distraigo mostrando a Hildemar los trucos y trampas que me enseñó hace tiempo.
Los dos hombres deambularon por el valle, hasta el sitio del anterior aterrizaje.
-El ciclo vital aquí resulta muy extraño -observó Rampold-. Cada forma se convierte en otra, sin fin. Sólo los árboles son permanentes.
-Así lo aprendí del hombre que descubrió este mundo.
-Venga, voy a enseñarle la tumba de Warweave.
Rampold le condujo por la ladera de la colina hacia un pequeño racimo de esbeltos arbolitos de blancos tallos. A un lado crecía uno, sensiblemente distinto a los demás. El tronco estaba estriado de color púrpura y las hojas eran correosas y verdes oscuras. Rampold señaló el lugar.
-Ahí están los restos de Gyle Warweave.
Gersen miró por un momento y después dio media vuelta. Contempló el valle en todas direcciones. Era un bonito y tranquilo lugar, silencioso como lo había sido anteriormente.
-Muy bien, pues -dijo Gersen-. Me marcho una vez más. Sepa que no volveré nunga. ¿Está bien seguro de que quiere quedarse aquí?
-Absolutamente. -Rampold miró en dirección al sol-. Se me está haciendo tarde. Hildemar estará esperándome. Ahora le deseo buena suerte y feliz viaje.
Se inclinó y desapareció, cruzó el valle y se perdió en el bosque de los árboles gigantes.
Gersen miró por última vez el hermoso valle. Aquel mundo había dejado de ser inocente y virginal, ya había conocido el mal. Una sensación de culpa y deshonor se extendía por el inmenso panorama. Gersen suspiró, se volvió y se quedó mirando fijamente la tumba de Warweave. Se agachó, arrancó el retoño escarlata del suelo, lo rompió en pedazos y los sembró por el cotorno.
Lentamente volvió a caminar valle arriba y se dirigió a su espacionave.

Jack Vance

Fin de "El rey estelar"