jueves, octubre 07, 2004

Gersen registró el cadáver. En el bolsillo le encontró una cantidad de dinero que se guardó en el suyo. Había, además, un verdadero arsenal de venenos mortales, que Gersen examinó; pero siéndole desconocida la nomenclatura usada por Suthiro, lo descartó a un lado. Llevaba un dispositivo no más grande que un dedo pulgar, diseñado para disparar agujas envenenadas con venenos o virus con aire comprimido. Así, un hombre podría ser infectado fácilmente desde una distancia de cincuenta pies, sin sentir más que un leve pinchazo. Suthiro disponía también de un proyector como el suyo, tres estiletes, un paquete de comprimidos y otro de caramelos en forma de rombo, todos ellos mortales de necesidad sin duda alguna.
Depositó las armas en el bolsillo de Suthiro y lo arrastró hacia la compuerta eyectora de la espacionave, que engulló el cuerpo, volviendo a cerrarse automática y herméticamente. Una vez en el espacio, bastaría presionar un botón y el cuerpo de Suthiro el sarkoy desaparecería en la eternidad.
Después se dirigió a inspeccionar lo que el envenenador, momentos antes de morir, había estado manipulando junto a una vitrina. Bajo ella encontró una palanca que controlaba un juego de cables que conducían a un relé escondido, que a su vez activaba las válvulas de cuatro pequeños depósitos de gas en diversos lugares secretos de la cabina. ¿Un gas letal o un anestésico? Gersen despegó uno de los depósitos y halló una etiqueta escrita con la letra del sarkoy y que decía: "Narcoléptico instantáneo Tironvirastaro", "Inductor de sueño profundo con mínimo remanente residual". Parecía que Malagate, no menos metódico que Gersen, estaba tomando sus propias precauciones.
Gersen cogió los cuatro depósitos, se dirigió a su escotila, vació su contenido y volvió a colocarlos en sus lugares correspondientes. Dejó la palanquita en su lugar, pero con su función cambiada.
Terminado aquello, Gersen sacó su propio dispositivo: un reloj que había comprado en los almacenes de Avente, y una bomba del armamento preparado. Tras un momento de reflexión, montó la bomba de relojería y la aseguró en el hueco de los reactores de la nave, donde pudiera hacer el máximo daño en caso de necesidad. Miró su reloj: la una de la tarde. El tiempo apremiaba. Todavía tenía muchas cosas que hacer. Salió de la espacionave y volvió a la terminal donde tomó el tren subterráneo para la Playa de Sailmaker Beach.

Jack Vance "El rey estelar"