sábado, octubre 02, 2004

Volviendo a Avente, Gersen sopesó el futuro. ¿Frente a qué desafíos tendría que encararse con aquellos tres hombres, uno de los cuáles era Malagate? Sería suicida no prepararse a conciencia: formaba parte del entrenamiento recibido de su abuelo, un hombre metódico, que se había esforzado en disciplinar la innata tendencia de Gersen a improvisar sobre la marcha.
En el hotel, examinó sus cosas, seleccionó algunas, lo empaquetó todo y volvió a revisarlo. Tras tomar todas las precauciones posibles, a fin de evitar la presencia próxima o lejana de algún microespía, se dirigió a la sucursal de la Distribuidora de Servicios Públicos, otra de las monstruosas compañías de utilidad semipública con agencias en todo el Oikumene. En una cabina eligió y consultó entre docenas de catálogos objetos a escoger entre un millón, fabricados por miles de fabricantes. Una vez hecha la elección, pulsó los botones necesarios y se dirigió hacia la caja.
Hubo una espera de tres minutos, mientras que las enormes máquinas seleccionaban y transportaban los artículos adquiridos, hasta aparecer empaquetados en una correa sin fin. Los examinó, pagó su importe y tomó el ferrocarril subterráneo hasta el espaciopuerto. Preguntó dónde estaba el navío espacial de la Universidad a un empleado, que le llevó a una terraza y lo señaló con la mano. Era una gran espacionave, pesada y de gran capacidad. El empleado quiso ser más explícito:
-Mire, señor, ¿ve usted aquella nave ligera en rojo y amarillo? Bien, cuente tres a partir de ella. Primero está el CD dieciséis, después la vieja Parábola, y la tercera es la espacionave en verde y azul de la Universidad, con la gran cúpula de observación. Sale hoy al espacio, ¿eh?
-Sí. A las siete. ¿Cómo lo sabía?
-Un miembro de la tripulación está ya a bordo. Yo mismo le acompañé.

Jack Vance "El rey estelar"