jueves, mayo 20, 2004

-Antes nuestro país estaba habitado por indios, no eran como te los estás imaginando, eran civilizados, tenían una cultura, tal vez hasta sabían más que nosotros. Pero un día llegaron los españoles.
-¡Ah sí! Eso ya nos lo contaron en la escuela. Vinieron a conquistar.
-Bueno, entonces también te habrán contado que no todos los españoles eran soldados, había también misioneros, traían la creencia cristiana y venían a enseñar la nueva religión a los indios.
-Sí, es verdad.
-Ellos fueron los que fundaron esta misión y todas las demás en la Baja California.
-¿Y por qué se establecieron aquí?
-Porque en este lugar han de haber existido indios, no tan civilizados como los del centro de México, pero también a ellos querían enseñar. Además del arroyo, que todavía existe y está cerca, al cual bautizaron como "Arroyo de Santo Domingo de Guzmán".
-¿De veras? Pues donde no hay agua, tampoco hay gente. ¿Había entonces capilla?
-Sí, ésta debe ser, entremos...
-Es chiquita... ¿Y esa especie de ventana qué es?
-¿Miras que aun le queda algo blanquizco? Debió haber sido el nicho.
-¿Dónde ponen los santos?
-Exactamente. Piensa cuántas personas habrán entrado aquí, cuántas palabras, rezos, súplicas quedarían guardadas en sus paredes, las misas, las ceremonias.
-¿Y por qué todo ésto? ¿Por qué lo dejaron todo por venirse a enseñar?
-Porque creían que era su obligación para con Dios y sus semejantes. Era una forma de sacrificarse, de ofrecerse a Dios en cuerpo y espíritu. Es algo que no creo que alguien esté dispuesto a hacerlo hoy día. Pero ya vámonos, está oscureciendo y aun tenemos que regresar a la carretera.
Ambos, padre e hijo, se retiran. La luz es ya muy tenue. La misión vuelve a vestir su hábito de silencio. ¿Cuántas cosas verían sus gruesos y enigmáticos muros? ¿Escucharía el cielo sus plegarias?

Rhein

Santa Ana, Sonora, verano de 1986