miércoles, abril 21, 2004

"Teehalt se detuvo extasiado sobre el césped y frente a la nave. El aire era limpio, claro y fresco, como una aurora de primavera, y totalmente silencioso, como queda tras el canto de un pájaro. Teehalt vagó valle arriba. Se detuvo a admirar un boscaje de árboles y vio a las dríades que estaban reunidas en grupo a la sombra del bosque. Eran bípedas, con un torso peculiarmente humano y una estructura similar a una cabeza también humana, aunque estaba claro que sólo se parecían a un ser humano en una forma muy superficial, vistas de lejos. La piel era plateada marrón y verde a lunares. La cabeza no mostraba otras características o facciones que unas protuberancias rojoverdosas, en el lugar que habrían ocupado las cuencas de los ojos. De los hombros se alzaban miembros como brazos que se subdividían en ramas y después en hojas de verde oscuro y casi púrpura, rojo brillante, broncenaranja y ocre dorado."
Las dríades vieron a Teehalt y se dirigieron hacia él, con un interés casi humano, después se detuvieron a quince metros de distancia, agitando suavemente sus miembros; las hojas coloreadas de sus penachos brillaban al sol. Las dríades examinaron a Teehalt y éste a ellas; sin abrigar el menor temor. Teehalt sintió la más fascinante experiencia que jamás hubiera podido vivir.
Recordó más tarde los días que siguieron con una calma idílica. Había una tal majestad en el ambiente, una claridad y una cualidad trascendental en aquel planeta que le afectaban como una sensación religiosa, hasta llegar a la conclusión de que debía abandonarlo cuanto antes o sucumbir en él, entregándose por completo a aquel mundo de ensueño. El conocimiento le afligía con una tristeza casi insoportable, porque interiormente sabía, de algún modo, que jamás volvería a contemplarlo de nuevo."

Jack Vance "Los príncipes demonio: el rey estelar"