domingo, mayo 01, 2005

Rígel destellaba en el cielo. Gersen localizó Alphanor; Daro y Wix se pusieron muy nerviosos. Gersen les observaba con una mueca irónica. En cuanto regresaran al oscuro caserón de las soleadas colinas de Taube se arrojarían en los brazos de sus padres. El rapto, el encarcelamiento, la vuelta al hogar se convertirían en vagos recuerdos. Gersen sería olvidado... Gersen meditó sobre los caprichos del destino que le habían transformado en -localizó tristemente la palabra- un monomaniaco. ¿Qué sucedería si, gracias a un fanático entramado de circunstancias, lograba vengar la catástrofe del Monte Agradable en las personas de los cinco Príncipes Demonio? ¿Qué sucedería entonces?
¿Le apetecería retirarse, comprar un terreno en el campo, buscar una novia y casarse, tener hijos? ¿O el rol de némesis se habría integrado de tal forma en su naturaleza que jamás podría olvidarlo, jamás podría oír hablar de hombres malvados sin apresurarse a castigarlos? Todo era posible. Y, para colmo, el impulso no surgiría de la indignación o el daño moral, sino de un reflejo, de una reacción desprovista de pasión.
Reflexiones de este tipo sumían siempre a Gersen en una profunda melancolía, y durante todo el viaje se mostró brusco y lacónico. Los niños le observaban sorprendidos, aunque no atemorizados, porque al fin habían aprendido a confiar en él.
De regreso a Alphanor, de regreso al continente de Scitia, de regreso al anticuado espaciopuerto de Marquari, provincia de Garreu. Nada más aterrizar, Gersen se comunicó por videófono con Duschane Audmar, que exhibía una ojeras muy marcadas. Gersen adivinó que había pasado muchas horas en blanco pensando en la misión. Se interesó brevemente por el estado de sus hijos y aceptó las palabras tranquilizadoras de Gersen con un seco asentimiento.
No había servicio aéreo entre Marquari y Taube, y las naves espaciales estaban proscritas, excepto en los espaciopuertos. Gersen acompañó a los niños a bordo del barco que hacía la travesía hasta Taube, un amplio y pesado buque cargado de mercancías en el pañol y de pasajeros en la parte superior. Tardaba un día y una noche en recorrer los ochocientos kilómetros que separaban ambas ciudades. En Taube alquiló el viejo deslizador de superficie y subió la empinada pendiente que llevaba a la mansión de Duschane Audmar. Los niños saltaron del coche y corrieron atropelladamente, sin mirar ni una sola vez a Gersen, hacia los brazos de su madre, que esperaba en el umbral de la puerta. Apenas podía contener las lágrimas, y Gersen fue consciente del vacío que existía en su interior, pues había tomado afecto a los niños.

Jack Vance "Los príncipes demonio: La máquina de matar"