jueves, mayo 05, 2005

La cabeza estaba equipada con seis mandíbulas en forma de guadaña y un collar de aceradas púas. El ojo era una franja monocolor, y el orificio de ingestión una especie de boca cónica en lo alto de la cabeza con un par de brazos a cada lado. Detrás seguían los dieciocho segmentos, cada uno suspendido sobre un par de patas de gran longitud recubiertas de una piel rugosa y amarillenta. En el extremo opuesto aparecía una protuberancia, a modo de segunda cabeza, también provista de un equipo de púas metálicas. El torso aún no estaba terminado, aunque exhibía un brillo acerado.
-¿Qué opina usted? -preguntó Patch ansiosamente, como si esperase la aprobación o la reparación de la afrenta sufrida.
-Impresionante -dijo Gersen, y Patch pareció satisfecho-. Me gustaría saber para qué lo quiere.
-Observe.
Patch se subió en la cabeza del objeto, utilizando las púas como escalera. Se introdujo por las fauces entreabiertas y desapareció. Gersen se quedó solo en la sala con aquel horror de veintitrés metros. Podía destilar veneno por las púas, arrojar fuego por los ojos. Un golpe de la mandíbula podía partir en dos el tronco de un árbol. Gersen miró a derecha e izquierda y se retiró a la antesala. Patch parecía un buen tipo, sinceramente agradecido, pero ¿por qué poner la tentación a su alcance?
Se situó de forma que no le pudiera ver desde la cabeza y espió. Patch había activado el sistema de funcionamiento. El objeto había cobrado vida. La cabeza dió una sacudida, las púas se agitaron, las mandíbulas entrechocaron. Desde unas aberturas practicadas a un lado de la cabeza surgió un bramido salvaje; Gersen se estremeció. El bramido murió. El objeto empezó a moverse: las patas de segmentos alternos subían y avanzaban mientras las otras retrocedían.
El ingenio se balanceaba, mecido por el movimiento suave, aunque algo rígido, de las patas. El ciempiés de metal se detuvo y brincó lateralmente; un paso, dos pasos, tres pasos. Entonces el flanco de las patas más cercanas dio la impresión de derrumbarse. El objeto se tambaleó y cayó con un espantoso estruendo contra la pared. Gersen habría muerto aplastado de haber permanecido en el Taller B. Inevitable, sin duda... un defecto del mecanismo, una torpeza del operador... Patch surgió de la boca, pálido y sudoroso, los ojos llenos de consternación. Gersen, desde la antesala, habría jurado que su preocupación era real, que Patch estaba horrorizado por lo que iba a presenciar. Patch saltó al suelo y rebuscó bajo la montaña de escombros.
-¡Gersen! ¡Gersen!
-Detrás de usted -dijo el interpelado.
Patch se volvió al instante y si el alivio que expresaba su rostro no era genuino, pensó Gersen, el arte de la mímica había perdido una gran estrella.

Jack Vance "La máquina de matar"