martes, abril 12, 2005

-Mi visita está relacionada con esas desgracias. -Gersen sacó una agenda de su bolsillo, arrancó una hoja y escribió: "Kirth Gersen, Grado 11, para negociar con Kokor Hekkus"-. Dele esto.
La mujer leyó la nota y se fue sin pronunciar palabra.
Volvió enseguida y le invitó a pasar. Gersen la siguió a lo largo de un oscuro pasillo hasta una sala abovedada de blancas y desnudas paredes de yeso. Allí se sentaba Audmar, frente a un bloc de papel blanco, una pluma de ganso y un tintero de tinta morada. En el papel no había nada escrito, salvo una línea con la letra afiligranada característica de los miembros más distinguidos del Instituto. Audmar era un hombre no muy alto, cuadrado y musculoso, de facciones bien proporcionadas: nariz pequeña y recta, ojos negros que brillaban como el aceite, boca delgada y un hoyuelo en la barbilla. Dedicó un breve saludo a Gersen, apartó el papel, la pluma y el tintero.
-¿Dónde adquirió el Once?
-En Amsterdam, la Tierra.
-Su preceptor debió ser Carmand.
-No, fue von Bleek, el predecesor de Carmand.
-Hum. Era usted muy joven. ¿Por qué no perseveró? Después del Once no es muy difícil llegar al Veinticinco.
-No podía supeditar mis metas personales a las del Instituto.
-¿Y cuáles eran esas metas?
Gersen se encogió de hombros.
-No son muy complicadas, lo bastante primitivas para satisfacer a un Centenario, aunque centrípetas.
Las cejas de Audmar dibujaron unos arcos escépticos, pero abandonó el tema.
-¿Por qué desea usted negociar con Kokor Hekkus?
-Es un asunt en el que ambos estamos interesados.
-Un hombre muy interesante, por cierto -asintió Audmar.
-La semana pasada raptó a sus hijos.
Audmar permaneció sentado en silencio durante medio minuto. Era obvio que no conocía la identidad del secuestrador.
-¿En qué se basa para formular esta afirmación?
-Ha sido admitida por el hombre que fue capturado, Rob Castilligan, actualmente en prisión.
-¿Actúa usted a nivel oficial?
-No.
-Continúe.
-Presumiblemente, usted desea que sus hijos le sean devueltos sanos y salvos.
Audmar sonrió levemente.
-Una presunción.
-¿Ha recibido instrucciones para conseguir su rescate? -preguntó Gersen ignorando la ambigüedad de su interlocutor.
-En efecto. El mensaje llegó anteayer.
-¿Va a pagar?
La voz de Audmar era suave y tranquila.
-No.
Gersen no esperaba otra cosa. Centenarios y Casicentenarios estaban obligados a mantenerse impasibles ante cualquier presión externa. Si Duschane Audmar pagaba el rescate de sus hijos, admitiría su docilidad, dejaría inermes al Instituto y a él mismo ante la persuasión exterior. Era una política bien conocida; Gersen se preguntó por enésima vez por qué habían importunado a Duschane Audmar. ¿Habría revelado en alguna ocasión cierta debilidad? ¿Habrían elegido al azar los secuestradores?

Jack Vance "La máquina de matar"