lunes, febrero 14, 2005

Gersen examinó el planeta en el macroscopio y no halló nada de interés. Las montañas ecuatoriales eran polvorientas y estériles, los océanos grises y moteados por las sombras de nubes bajas y ligeras. Volvió su atención a Skouse, una ciudad que no tendría más de tres o cuatro mil habitantes. En las cercanías se abría un campo de hierba chamuscada, bordeado por cobertizos y depósitos: el espaciopuerto, evidentemente. No había lujosas mansiones o castillos a la vista, y Gersen recordó que los windles vivían en cavernas de las montañas que dominaban la ciudad. Las señales de civilización se extinguían a cien millas de distancia, tanto al este como al oeste, y dejaban paso al desierto. Otra ciudad se levantaba junto a un muelle en la orilla del Océano Norte, muy cerca de una planta procesadora de metal, según dedujo Gersen de los montones de chatarra y los vastos edificios. El planeta no mostraba otros signos de presencia humana.
Si no podía visitar Skouse abiertamente, lo haría en forma clandestina. Eligió un barranco solitario, esperó hasta que las sombras del atardecer cubrieron el área y aterrizó rápidamente.
Tardó una hora en adaptarse a la atmósfera, y luego se adentró en la noche. El aire era frío. Tenía un olor característico, como sucede en casi todos los planetas; en este caso, un amargo tufo químico mezclado con algo que recordaba a una especie picante; aparentemente, uno procedía del suelo y el otro de la vegetación nativa. Obturaba las fosas nasales.
Gersen recogió algunos instrumentos de los comadrejas, bajó la plataforma volante y se dirigió hacia el oeste.

Jack Vance "La máquina de matar"