jueves, septiembre 23, 2004

-Las uñas de sus dedos están tan afiladas como navajas de afeitar; cada uno es como la cabeza de una serpiente.
Suthiro pareció satisfecho, como si hubiera recibido el mejor de los cumplidos. Silbó algo incomprensible, se volvió de espaldas marchándose y confundiéndose con la multitud.
Pallis pareció relajarse algo y se retrepó en su asiento. Con voz incierta dijo a Gersen:
-Lo siento, no tengo el espíritu aventurero que yo suponía.
-Yo sí que lo lamento de veras -dijo Gersen, sinceramente contrito-. Nunca debí invitarte a venir conmigo.
Se sentaron en su vehículo. Gersen vaciló un instante y rodeó el cuerpo de la chica con sus brazos y la besó. Tras él se vislumbró un imperceptible movimiento. Gersen se volvió a tiempo de mirar la espantosa cara pintada de rojo sangre de Hildemar Dasce y sus mejillas redondeadas de azul. El brazo de Dasce se abatió sobre él y un peso enorme le hizo perder el conocimiento por un instante, como si un trueno hubiese explotado en su cráneo. Vaciló y cayó de rodillas. Dasce se inclinó sobre él, y Gersen aún pudo intentar echarse a un lado; entonces vio a Suthiro gesticulando como una hiena rabiosa con sus manos en el cuello de Pallis. Dasce golpeó otra vez y todo el mundo se ensombreció en su cerebro. Gersen tuvo tiempo, en una fracción de segundo de amargo reproche, de comprender lo sucedido, antes de que otro mazazo extinguiera en él todo rastro de conciencia.

Jack Vance "El rey estelar"