sábado, septiembre 11, 2004

El enorme resplandor de Rígel lucía ya bajo el horizonte. Muy cerca, en el puerto conformado por dos embarcaderos, un centenar de yates y navíos diversos se hallaban amarrados; poderosos yates de recreo, embarcaciones de vela para deporte y pesca en alta mar y submarinos de casco transparente, además de un buen número de acuaplanos impulsados por motores de reacción con los que lanzarse a velocidades de locura a través de las olas. Gersen se hallaba de un talante complejo, confuso. Sentía el latir acelerado de su corazón ante la promesa de una noche con una bella muchacha, sensación que no había conocido en muchos años. Se añadía además la melancolía propia del crepúsculo, que en aquel momento era realmente bellísimo: el cielo refulgía de un color malva y azul verdoso, salpicado por un banco de nubes de color naranja y magenta. No era la belleza lo que proporcionaba a Gersen aquella melancolía, sino más bien la quietud en que se desvanecía poco a poco la luz diurna... Otro tipo de melancolía se añadía, diferente y con todo similar, que Gersen percibía en la gente que se movía alegre a su lado. Era graciosa y fácil, no herida todavía por la fatiga, el miedo y el dolor que existían en mundos remotos. Gersen les envidiaba su despego, su despreocupación y habilidad social. Sin embargo, ¿se cambiaría de lugar por cualquiera de aquellas personas? Difícilmente.

Jack Vance "El rey estelar"