sábado, julio 17, 2004

Conocía su misión y se hallaba soberbiamente preparado para llevarla a cabo.  No tenía dudas ni incertidumbre, sus objetivos estaban perfectamente definidos.  Pero una idea súbita interrumpió el curso de sus cavilaciones.  ¿Dónde estaría sin aquel claro propósito?  Si estuviera menos artificialmente motivado, no podría sentirse tan bien en comparación con los hombres que circulaban a su alrededor, gente de maneras agradables y palabra fácil.  Dándole vueltas en la cabeza a aquella idea, terminó por sentirse espiritualmente deficiente.  Ninguna fase de su vida le había permitido elegir con libertad.  No sentía el más leve temor ante el camino trazado:  no era aquél el punto de partida.  Pero...  los objetivos de un hombre no deberían serle impuestos hasta conocer el mundo lo suficiente para tener la libre capacidad de elegir un camino y sopesar sus propias decisiones.  No se le había dado oportunidad de escoger sus opciones.  Se había tomado una decisión, y él la había aceptado.  Y después de todo ¿qué haría una vez terminada con éxito la tarea?  Las oportunidades eran escasas, por supuesto.  Pero, admitiendo que llevara a buen término la ejecución de aquellas cinco personas ¿qué haría después con su propia vida?  Una o dos veces antes había tratado de hallar respuesta a la misma pregunta, advertido por alguna señal subconsciente de que nunca debería ir más allá, sin saberla.  Tampoco la encontró en aquel momento.  Había terminado su comida.  Las chicas desaparecieron.  Sin duda alguna, no había razón para suponer que fuesen agentes de Malagate el Funesto.
 
Jack Vance  "El rey estelar"