jueves, diciembre 07, 2006

Lucino

Interrumpimos transmisiones desde Alphanor para que el secretario de este changarro escriba algunas incoherencias suyas, como suele acostumbrar muy de vez en cuando...

UNSPIEK, BARÓN BODISSEY

Hoy me encontré a mi maestro Lucino. O más bien, él me encontró a mí. Fuí a cobrar un cheque de mi mamá a la casa del jubilado, y un viejito me habló: "¿Te acuerdas quién soy yo?..."
-Maestro, sí, como no. Usted es Lucino González Robles.
-Soy lo que queda...
El Profesor Lucino me dió clases en la Normal Fronteriza, entre 1980 y 1984. En primer año me dió Pedagogía y Didáctica General, y en tercero, Historia.
Lo encontré hecho todo un anciano, se "encogió", medía como 1.80 y ahora mide menos de 1.70. Se hacía un peinadazo al estilo de los vaselineros de los 50's, ahora las greñitas que le quedan no le alcanzan para tanto. Se vestía muy elegante y acinturado, ahora viste ropas "aguaditas". La cara y las manos todas manchadas de "manchas de viejito" (él era muy blanco). Eso sí, lentes oscuros tipo "avispón verde", o como diría ahorita cualquier cholo, tipo "mosca pantionera"...
Verlo fue muy grato, y también triste. Él que fue la gran cosa.
Cuando entré a primer año de normal, tenía catorce años. En aquéllos tiempos no había que estudiar la prepa, terminabas la secundaria y podías entrar directamente a la normal, siempre y cuando pasaras la prueba, claro. La mayoría tenían quince, y uno que otro, "muy grande", tenía dieciséis.
Será que en esa edad uno es muy fácil de impresionar, o que esos años marcan qué habrá de ser de la vida de uno, o que lo que en esos años aprendas no lo olvidarás, aunque pasen los años. Yo cursé la secundaria en "la Benito", una escuela de una colonia popular, a dónde iba "un cholerío", mejor conocida como "El Gallinero", por el alambre de pollo que engalanaba las ventanas... Sólo como unos cinco del salón no éramos cholos. Tampoco éramos "niños bien", sino clasemedieros. Eran unos cuartos viejos, con techo de madera que se goteaba en tiempo de lluvias, las ventanas que daban a la calle estaban muy altas, no teníamos refrigeración, sino "coolers" (ventiladores de agua) que en verano vaporizan, y cuando nos mandaban a la quesque biblioteca era 'pior', ni siquiera tenía cooler y nos estábamos asando, un cuartote con el techo muy alto, poblado por palomas, casi sin ventanas ni focos, ahi estaba uno "pipisquieando". Luego teníamos un patio muy chiquito para tanto alumnado, donde cabía una cancha de basquet con cualquier cosita sobrado para los lados, para tres primeros, tres segundos y tres terceros... Ya se imaginarán que había "matanga" en el receso, casi no había día que no hubiera lesionados... Los maestros de la secundaria, pues la mayoría, pasaron sin pena ni gloria. Había buenos y malos, pero los buenos como que no se esforzaban mucho, pues al cabo la secundaria era "por cooperación, número 5". Hasta que iba a terminar fué "reconocida", y se le dió un número oficial, secundaria estatal número 22. Todavía existe, pero la cambiaron de lugar, fue a dar a otra colonia, y tiene edificios 'modernos' (y me imagino que ahora si ha de tener refrigeración).
Así pues, cuando ingresé a la Escuela Normal Urbana Federal "Fronteriza", fue algo así como entrar al Olimpo. Una escuelota, todo un complejo arquitectónico. Mi generación constaba de cuatro grupos de cuarenta alumnos cada uno, pero en los grados superiores, eran muchos más. En tercero había hasta grupo "E", y en cuarto había hasta cuarto "H". Todos los salones tenían refrigeración, había jardines, árboles, césped, eucaliptos y hasta un árbol de moras... Salón audiovisual, biblioteca, taller de carpintería, de costura, cocina, un friego de oficinas, cuatro baños, etc, etc. Y aquí los maestros sí trabajaban -bueno, la gran mayoría- y eran todas unas personalidades: aspecto, vocabulario, conocimiento.
Uno de aquéllos grandes patricios era Lucino. Era de esos maestros que la mayoría le tenían miedo, pues era estricto y serio. Desde el principio dijo que lo menos que nos podíamos sacar era 8, y si no, teníamos que presentar parcial. ¡Y ay de aquél que se fuera a total! Casi imposible pasar un examen de pura teoría. Sin embargo, no obstante ese halo de inmarcesibilidad -e inaccesibilidad- le llamaban "cloroformo" porque tenía fama de enfadoso y de que te quedabas dormido en su clase. Pero en aquéllos tiempos los alumnos éramos muy correctos, ¡que esperanzas que en su cara alguien le faltara el respeto a un maestro!
Las primeras clases con él, yo me aburrí. Hablaba lento, casi arrastrando las palabras, con mucha calma. Y luego con un lenguaje muy técnico, al que no estaba acostumbrado. Era fácil distraerse con la mirada perdida en el infinito. Pero un día pensé "¿qué tanto estará diciendo este viejo?..." Y empecé a fijarme en lo que estaba diciendo. En primero los libros de texto eran "La ciencia de la Educación" y "Pedagogía General", ambos del insigne maestro Francisco Larroyo, que en gloria esté, una personalidad de la era de Adolfo López Mateos, cuando se inventaron los libros de texto gratuitos. Y descubrí que todo lo que ese hombre estaba diciendo, palabra por palabra, era de lo más acertado, era LA VERDAD. Y que su estilo lento, remarcando ocasionalmente alguna palabra, era la forma de dar énfasis a su discurso, en aquéllos tiempos en los que la educación consistía esencialmente en La Exposición, Magister Dixit.
A partir de ese día comencé a prestar atención a su clase. Y comencé a ser un alumno aplicado -bueno, al menos, en su materia-. Cambié, y poco a poco empecé a convertirme en un maestro.
Hubo también otros maestros en aquella edad, recuerdo especialmente a Leonides Rodríguez Hurtado, maestro de Filosofía, Ética y Estética; a Rubén Pérez Alvarado, maestro de Física y más adelante, de Historia de la Educación. María del Refugio Catalán Nava, maestra de Español. Saúl Haro Alvarez, también de Español. María Elena Varela Cota, de Teatro. Jesús Humberto Lamadrid Figueroa, a quien le gustaba hacer el papel de villano, maestro de Matemáticas. Eloy Jiménez Figueroa, de Danza. Plácido Valenzuela Aragón, maestro de Técnicas de Investigación y de Didáctica Especial. Los dos últimos, a su avanzada edad, todavía siguen trabajando.
Todos ellos cambiaron mi vida, y fue para bien. Ójala y en aquéllos tiempos hubieran existido las cámaras de video, hubieran grabado si no todas sus clases, al menos una muestra, los "highlights", y pudieran ser vistos por los alumnos nuevos que hoy cursan la carrera en escuelas normales oficiales. Pero no fue así. Borges nos cuenta en "El acercamiento a Almotásim" que en ocasiones se puede descubrir a un gran hombre a través de otro hombre, que le conoció, o fué su discípulo. Ójala yo pudiera ser el medio por el cual mis alumnos descubran a esos grandes maestros. Gracias, Emérito Maestro, Lucino González Robles.

rheinrl

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

heheh tu maestro de fisika, ruben perez alvarado es mi abuelo...es bueno saber que ha dejado huella...

2:02 a.m.  
Anonymous AMALIA Q said...

MUY ESTIMADO MAESTRO LUCINO

7:01 p.m.  

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