jueves, diciembre 02, 2004

El aire del exterior irrumpió a bocanadas, fresco, perfumado, húmedo y limpio. Gersen se dirigió hacia la escotilla de salida, la abrió e hizo una cortés e irónica inclinación:
-Caballeros... su planeta.
Warweave fue el primero en salir y pisar la tierra firme con Detteras detrás, y después Kelle. Gersen les siguió más despacio.
El monitor les había llevado a un lugar apenas a una distancia de cien metros del aterrizaje de su descubridor, el desventurado Lugo Teehalt. Gersen encontró el lugar mucho más encantador de lo que las fotografías habían sugerido. El aire era fresco, perfumado agradablemente con la esencia de hierbas silvestres. A través del valle y más allá de un grupo de grandes árboles de oscuro follaje, las colinas se erguían macizas y suaves, marcadas con crestones de rocas grises, en cuyos huecos florecía una suave y verde frondosidad. En la lejanía una nube enorme en forma de castillo brillaba a la luz del mediodía.
A través de la pradera y al otro lado del río, Gersen vio lo que parecía ser un grupo de plantas floridas y comprendió que se trataba de las dríades. Permanecieron de pie e inmóviles en el borde del bosque meciendo suavemente sus miembros floridos con gracia y facilidad. Magníficas criaturas, pensó Gersen. Pero de algún modo eran... bien, un elemento discordante. Excepto por las dríades -una nota de color y movimiento- aquélla podría ser la antigua Tierra en su Edad de Oro, la Tierra del hombre natural...
Gersen sintió un impacto de alegría interior indefinible. Allí residía el básico encanto de aquel mundo: su casi identidad con el entorno en el cual se había desenvuelto y evolucionado el hombre. La vieja Tierra tuvo que haber conocido muchos de aquellos valles sonrientes, el sentimiento que se desprendía de aquel panorama permitía la total estructura de la psique humana. En el Oikumene, había muchos otros mundos atrayentes y agradables; pero ninguno como la vieja Tierra, ninguno de ellos, como el antiguo hogar de la Humanidad... Ya que allí, de hecho, es donde realmente Gersen hubiera deseado construirse una casita de campo, con un jardín a la antigua usanza, un huerto en el prado y un bote amarrado a la orilla del río. Sueños inalcanzables..., pero sueños que afectan a todo hombre.

Jack Vance "El rey estelar"