domingo, noviembre 28, 2004

Una estrella ardiente blanco dorada apareció a la proa de la espacionave. El panel del monitor parpadeó sucesivamente en rojo, verde, rojo, verde. El monitor desconectó la fabulosa energía procedente del acelerador Jarnell y la inconcebible velocidad cósmica cayó en colapso con un breve crujido y una serie de extraños ruidos. La nave, a partir de tal momento, comenzó a deslizarse con la suavidad de un bote por la lisa superficie de un estanque.
La estrella blanco dorada ya se apreciaba como al alcance de la mano y en sus órbitas giraban tres planetas. Uno era de color naranja, pequeño y próximo, una escoria ahumada. Otro se desplazaba en una órbita lejana, como un lúgubre y tenebroso mundo perdido en el espacio. El tercero, brillando con una luz blanca, verde y azul, giraba próximo a la estrella, por debajo de la nave.
Gersen y los directivos de la Universidad, sus antagonismos puestos de lado, se lanzaron sobre el macroscopio. Aquel mundo era muy bello, rodeado de una amplia capa de atmósfera, grandes océanos y una variada topografía.

Jack Vance "El rey estelar"