martes, noviembre 30, 2004

Gersen colocó el piloto automático en la posición de aterrizaje. Los horizontes fueron haciéndose más amplios, el panorama fue cambiando de aspecto: verdes praderas sin límites, suaves colinas, una cadena de lagos hacia el norte y una cresta de montañas nevadas al sur. La espacionave fue descendiendo lentamente, hasta tomar contacto con el suelo y el rugir de los motores cesó en el acto. Allí estaba la tierra firme bajo los pies, con el más absoluto silencio, excepto el chasquear del analizador del entorno, que en aquel momento brilló mostrando tres luces verdes: el veredicto óptimo.
Se produjo una corta espera para equilibrar la presión. Gersen y los tres administradores de la Universidad se vistieron con ropas para el exterior, se dieron un masaje en el rostro con inhibidor de alergenos, así como en manos y cuello, y se ajustaron los inhaladores contra bacterias y esporas de aquel mundo virgen y desconocido.
Pallis miraba desde las lucernas de observación maravillada como una niña; Robin Rampold se removía inquieto en su asiento como una gran rata gris, que intentara salir a toda costa; pero con miedo de abandonar la seguridad de su encierro temporal, representado por la cabina principal de la espacionave.

Jack Vance "El rey estelar"