sábado, noviembre 27, 2004

El archivo del monitor de Lugo Teehalt alimentó los impulsos electrónicos del computador, que resumió la información, la combinó con las ecuaciones descriptivas de las posiciones previas de la espacionave y despachó las instrucciones al piloto automático, que gobernó la nave en un curso paralelo a la línea entre Alphanor y el planeta Smade.
Transcurrió el tiempo. La espacionave atravesaba nuevas regiones, donde ningún hombre había pasado jamás, excepto Teehalt. Por todas partes brillaban las estrellas a millares, a millones, titilando, resplandeciendo de luz, sugiriendo la vastedad infinita del Universo, con sus incontables mundos habitados por quien sabía qué, cada uno trayendo a la mente fantásticas imágenes, evocando maravillas, ofreciendo la tentación de lo inédito, un misterio, la promesa de cosas jamás vistas, la oferta de conocer lo desconocido y de la belleza jamás sentida.

Jack Vance "Los príncipes demonio: El rey estelar"