martes, noviembre 30, 2004

Gersen colocó el piloto automático en la posición de aterrizaje. Los horizontes fueron haciéndose más amplios, el panorama fue cambiando de aspecto: verdes praderas sin límites, suaves colinas, una cadena de lagos hacia el norte y una cresta de montañas nevadas al sur. La espacionave fue descendiendo lentamente, hasta tomar contacto con el suelo y el rugir de los motores cesó en el acto. Allí estaba la tierra firme bajo los pies, con el más absoluto silencio, excepto el chasquear del analizador del entorno, que en aquel momento brilló mostrando tres luces verdes: el veredicto óptimo.
Se produjo una corta espera para equilibrar la presión. Gersen y los tres administradores de la Universidad se vistieron con ropas para el exterior, se dieron un masaje en el rostro con inhibidor de alergenos, así como en manos y cuello, y se ajustaron los inhaladores contra bacterias y esporas de aquel mundo virgen y desconocido.
Pallis miraba desde las lucernas de observación maravillada como una niña; Robin Rampold se removía inquieto en su asiento como una gran rata gris, que intentara salir a toda costa; pero con miedo de abandonar la seguridad de su encierro temporal, representado por la cabina principal de la espacionave.

Jack Vance "El rey estelar"

lunes, noviembre 29, 2004

Gersen fue el primero en apartarse del macroscopio. Había llegado el momento de extremar su vigilancia al máximo. Warweave fue el segundo en hacerlo.
-Estoy completamente satisfecho -dijo-. Ese planeta no tiene igual. El señor Gersen no nos ha decepcionado.
-¿Crees que es innecesario tomar tierra?
-Lo considero innecesario. De todos modos, no me importaría hacerlo.
-Creo que deberíamos tomar tierra -dijo Kelle- y al menos hacer algunas comprobaciones biométricas. A despecho de su bella apariencia, ese mundo puede resultar de lo más hostil...
Detteras, con acento dudoso, añadió:
-Creo que eso es más bien una torpeza, teniendo cautivos e inválidos a bordo. Cuanto antes volvamos a Alphanor, mucho mejor.
Kelle restalló con un tono de voz como nunca le había oído Gersen.
-Hablas como un asno, Rundle. ¿Hacer todo este viaje para ponerse el rabo entre las piernas y volver a casa? ¡Ni qué decir que aterrizaremos, aunque sólo sea para pasear por su superficie cinco minutos!

Jack Vance "El rey estelar"

domingo, noviembre 28, 2004

Una estrella ardiente blanco dorada apareció a la proa de la espacionave. El panel del monitor parpadeó sucesivamente en rojo, verde, rojo, verde. El monitor desconectó la fabulosa energía procedente del acelerador Jarnell y la inconcebible velocidad cósmica cayó en colapso con un breve crujido y una serie de extraños ruidos. La nave, a partir de tal momento, comenzó a deslizarse con la suavidad de un bote por la lisa superficie de un estanque.
La estrella blanco dorada ya se apreciaba como al alcance de la mano y en sus órbitas giraban tres planetas. Uno era de color naranja, pequeño y próximo, una escoria ahumada. Otro se desplazaba en una órbita lejana, como un lúgubre y tenebroso mundo perdido en el espacio. El tercero, brillando con una luz blanca, verde y azul, giraba próximo a la estrella, por debajo de la nave.
Gersen y los directivos de la Universidad, sus antagonismos puestos de lado, se lanzaron sobre el macroscopio. Aquel mundo era muy bello, rodeado de una amplia capa de atmósfera, grandes océanos y una variada topografía.

Jack Vance "El rey estelar"

sábado, noviembre 27, 2004

El archivo del monitor de Lugo Teehalt alimentó los impulsos electrónicos del computador, que resumió la información, la combinó con las ecuaciones descriptivas de las posiciones previas de la espacionave y despachó las instrucciones al piloto automático, que gobernó la nave en un curso paralelo a la línea entre Alphanor y el planeta Smade.
Transcurrió el tiempo. La espacionave atravesaba nuevas regiones, donde ningún hombre había pasado jamás, excepto Teehalt. Por todas partes brillaban las estrellas a millares, a millones, titilando, resplandeciendo de luz, sugiriendo la vastedad infinita del Universo, con sus incontables mundos habitados por quien sabía qué, cada uno trayendo a la mente fantásticas imágenes, evocando maravillas, ofreciendo la tentación de lo inédito, un misterio, la promesa de cosas jamás vistas, la oferta de conocer lo desconocido y de la belleza jamás sentida.

Jack Vance "Los príncipes demonio: El rey estelar"

miércoles, noviembre 24, 2004

Robin se volvió hacia Gersen, atravesando la estancia con aire de lobo. En una voz tan educada que parecía servil, le preguntó:
-¿Él... está vivo?
-Por el momento, sí.
Rampold vaciló, abrió la boca y la volvió a cerrar. Finalmente preguntó con desconfianza:
-¿Qué planes tiene para él?
-No lo sé -repuso Gersen-. Necesito utilizarlo todavía.
Rampold se animó. Hablando en voz calmosa como si tuviese miedo de que los demás ocupantes de la cabina pudieran oírle, volvió a preguntar:
-¿Por qué no lo deja usted a mi cargo? Así descansaría de su obligación de vigilarlo y atenderlo.
-No -dijo Gersen-. Creo que no.
La cara de Rampold se hizo más desesperada.
-Pero... es que lo necesito.
-¿Lo necesita, de veras?
Rampold hizo un gesto con la cabeza.
-Usted no puede comprenderlo. Durante diecisiete años él ha sido... -Y se detuvo como si no encontrase las palabras. Después continuó-: Sí, ha sido el centro de mi existencia. Ha sido como un dios personal. Me ha provisto de comida, bebida y... dolor. Una vez me llevó un gatito, un precioso gatito negro. Me miraba cuando lo tocaba, sonriendo con aire benigno y afable. Pero aquella vez lo desilusioné. Maté en el acto a la pobre criatura. Porque conocía sus planes. Deseaba esperar hasta que yo le tomase cariño al pobre animalito, y entonces él le habría matado, torturándolo donde yo hubiera podido verlo. Por supuesto que me hizo pagar por aquello.
Gersen dejó escapar un profundo suspiro.
-Tiene demasiado poder sobre usted. No puedo confiárselo.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Rampold. Farfulló una serie de dispares afirmaciones.
-Es extraño. Siento pesadumbre ahora. Lo que siento por él es algo que no puedo traducir en palabras. Va hacia lo extremo y más allá y se convierte casi en ternura. Las cosas pueden ser tan dulces que saben a amargo, y agriarse hasta saber a salado... Sí, me cuidaría de él con toda mi voluntad. Le dedicaría el resto de mi vida devotamente. -Y adoptó una actitud suplicante-. Confíemelo. No tengo nada, ya tendré ocasión de pagárselo.
Gersen se limitó a sacudir la cabeza.
-Ya hablaremos de eso más tarde.
Rampold movió la cabeza pesadamente y atravesó la sala.

Jack Vance "El rey estelar"

martes, noviembre 23, 2004

En el salón, Gersen permanecía sentado en un sofá comodamente. Los tres prohombres de la Universidad -uno de los cuales no era un hombre- se sentaban juntos al otro extremo. Allí estaba Kelle, suave, fastidioso, de físico compacto; Warweave, ectomórfico y saturnino, y Detteras, corpulento, inquieto y caprichoso. Gersen miró especialmente a su sospechoso, constatando cada movimiento, cada palabra y cada gesto para corroborar su sospecha, buscando cualquier signo que demostrase la evidencia que precisaba. Pallis permanecía sentada, perdida en un sueño ausente. De vez en cuando sus facciones se retorcían de dolor y sus dedos se agarrotaban en las palmas de sus manos. No, no tendría ningún escrúpulo en matar a Hildemar Dasce. Robin Rampold continuaba examinando los microfilms de la librería, mirando el índice y acariciándose la barbilla con aire pensativo.

Jack Vance "El rey estelar"

domingo, noviembre 21, 2004

Gersen hizo entrar en la espacionave a Pallis con Rampold, colgó la plataforma volante en su sitio y llevó a Dasce a la bodega de la espacionave donde le quitó el casco. Hildemar le miraba fijamente sin mediar palabra.
-Podrías ver a alguien a bordo a quien reconocerías -le dijo Gersen-. Él no desea que su identidad sea conocida de sus otros dos colegas, porque estropearía sus planes. Serás más prudente si cierras el pico.
Hildemar no respondió. Gersen procedió a atarle con todo cuidado: Hizo un nudo en el centro de un largo cable, con el espacio suficiente para que cupiese exactamente el cuello de Hildemar Dasce. Los extremos del cable fueron ajustados a ambos extremos de la bodega de tal forma que obligasen al prisionero a permanecer en el centro de la estancia, con las puntas a tres metros de distancia a derecha e izquierda, fuera de su alcance por completo. Incluso con las manos libres, no habría podido hacer nada por liberarse de la trampa que le tenía sujeto. Gersen cortó entonces las ligaduras de los pies y las manos de su mortal enemigo. Dasce le atacó al instante. Gersen se echó de lado y golpeó la cabeza del asesino con el cañón del arma. Dasce cayó de bruces sin sentido. Gersen le despojó de su traje espacial, le registró los bolsillos de los pantalones blancos sin encontrar nada. Hizo una comprobación final de los nudos y volvió al salón principal de la nave, cerrando cuidadosamente la escotilla tras él.
Rampold ya se había quitado su traje espacial y permanecía quieto en un rincón. Kelle y Detteras habían hecho lo mismo con Pallis Atwrode y le habían ayudado a cambiarse. Se sentó a un lado de la cabina con una taza de café, el rostro macilento y los ojos bajos. Kelle dirigió una mirada de desaprobación a Gersen.
-Esta señorita es Pallis Atwrode, la recepcionista del Departamento. En el nombre del Cielo, ¿qué relación tiene usted con ella?
-La respuesta es muy simple -respondió Kirth-. La conocí el primer día que visité la Universidad y le pedí que saliera conmigo aquella noche. Supongo que por razones de malicia o despecho, Hildemar Dasce me dejó fuera de combate y raptó a la señorita Pallis. Consideré un deber rescatarla y así lo he hecho.
Kelle habló con una leve sonrisa de aprobación.
-Supongo que no podemos reprocharle que haya hecho tal cosa.
-Imagino que ahora continuaremos hacia nuestro destino primitivo -advirtió Warweave con voz seca y autoritaria.
-Esa es mi intención.
-Sugiero, pues, que salgamos cuanto antes.
-Sí -intervino Detteras de mal talante-. Cuanto antes pongamos fin a este fantástico viaje, tanto mejor.

Jack Vance "El rey estelar"

sábado, noviembre 20, 2004

Gersen se despojó del casco.
-Ya estoy de vuelta.
-Ya lo vemos -dijo Detteras.
-He tenido suerte -comentó Gersen tranquilamente-. Traigo a un prisionero conmigo. A Hildemar Dasce. Una advertencia para ustedes. Este hombre es un asesino brutl. Está desesperado. Voy a tratar de mantenerlo bajo muy rígidas condiciones. No quiero que ninguno de ustedes se interfiera en mis cosas ni haga lo más mínimo en favor de ese individuo. Las otras dos personas que traigo son un hombre a quien Dasce ha tenido enjaulado durante diecisiete años y una chica que Dasce raptó y cuya mente ha sufrido serias consecuencias. Ella podrá utilizar mi cabina. Encerraré a Dasce en la bodega de carga. El otro hombre, Robin Rampold se considerará feliz utilizando cualquier asiento.
-Este viaje se hace más extraño a cada hora que pasa -comentó Warweave.
Detteras se puso en pie impaciente.
-¿Por qué ha traído usted a ese Dasce a bordo? Estoy sorprendido de que no le haya matado.
-Considéreme escrupuloso, si lo prefiere.
-Continuemos, estamos ansiosos de terminar este viaje tan pronto como sea posible -concluyó Detteras.

Jack Vance "El rey estelar"

viernes, noviembre 19, 2004

Los reactores funcionaron a toda potencia y la sobrecargada plataforma volante auxiliar de la espacionave cabeceó dando bandazos alrededor de la meseta, produciendo un abanico de polvo mientras conseguía la suficiente aceleración en la débil atmósfera. Frente a él surgía imponente la espacionave, en el basto horizonte. Gersen aterrizó junto a la escotilla de entrada. Con el arma en la mano dispuesta para entrar en acción saltó de la escalera. En el interior, Malagate habría observado su aproximación y visto el cargamento de la plataforma voladora. Malagate ignoraría lo que Dasce le había dicho a Gersen. Estaría en guardia y tenso ante la indecisión. Dasce, que habría reconocido la espacionave, podía sospechar, pero no estaría seguro de que Malagate se hallase en el interior.
La cámara de descompresión se cerró herméticamente, las bombas funcionaron y la puerta de acceso al interior se corrió hacia un lado. Gersen entró. Kelle, Detteras y Warweave se hallaban sentados en la gran cabina central. Le miraron con cara de pocos amigos. Ninguno hizo el menor movimiento.

Jack Vance "El rey estelar"

jueves, noviembre 18, 2004

-No creas nada de lo que te dijo. -Y la miró intensamente para tratar de descubrir en el bello rostro de la chica el alcance de su shock y su confusión-. ¿Te encuentras... bien?
Ella rehusó encontrar la mirada de Gersen. Éste le dijo con dulzura:
-Voy a llevarte a Avente de nuevo, querida. Ahora te encuentras a salvo.
Ella se limitó a aprobar con la cabeza, como ausente. Si pudiera de algún modo exteriorizar sus emociones, con lágrimas, incluso con reproches...
Gersen suspiró desesperado y se apartó de Pallis. El problema continuaba sin resolver: cómo conducir a todos ellos a la plataforma de la espacionave. No se atrevía a dejar solos ni a Pallis ni a Rampold con Hildemar, ya que evidentemente gozaba de un completo control sobre ambos desde hacía tiempo. Volvió a colocar sobre la cabeza de Dasce el casco transparente y lo arrastró a través del túnel, salió a la planicie y lo dejó donde ninguno de los dos del interior pudiese verle.

Jack Vance "El rey estelar"

miércoles, noviembre 17, 2004

Se volvió y la halló nuevamente envuelta con la sábana, mirándole fascinada y confusa. Se le aproximó cuando intentaba esconderse en la tienda. Gersen no estaba seguro de que le hubiera reconocido.
-Pallis... querida... soy Kirth Gersen.
Ella hizo un gesto sombrío con la cabeza.
-Ya sé. -Y miró a la figura tendida de Hildemar Dasce-. Le has maniatado -dijo con voz en la que se advertía una turbación producto del asombro.
-Ésa es la última de sus preocupaciones.
Ella le miró cautamente. Gersen se encontró incapaz de descifrar sus pensamientos.
-¿Tú eres..., tú no eres su amigo?
Gersen sintió que le invadía una verdadera enfermedad.
-No, No soy su amigo. Por supuesto que no. ¿Es que dijo eso?
-Él dijo... él dijo...
Y se volvió para mirar con perplejidad hacia Hildemar Dasce.

Jack Vance "El rey estelar"

martes, noviembre 16, 2004

-Busqué la forma de que me lo pagaras con creces. -Y miró a Gersen-. Mejor será que me mate ahora que puede, o haré lo mismo con usted.
Gersen se detuvo a reflexionar un instante. Dasce tenía que morir. Pero tras aquel cráneo pintado de rojo había un conocimiento que Gersen necesitaba. ¿Cómo extraerlo? ¿La tortura? Gersen sospechó que Dasce reiría como un fanático mientras le retorcía miembro tras miembro. ¿Con trucos? ¿Mediante la astucia? Examinó aquel horrible rostro pintado de rojo y azul. Dasce no hizo el menor movimiento.
Se volvió hacia Rampold.
-¿Sabría pilotear la nave de Dasce?
El interpelado movió tristemente la cabeza en señal negativa.
-Entonces, supongo que tendrá que venir conmigo.
-¿Y qué será de él? -preguntó con voz trémula.
-Le mataré a su debido tiempo.
-Démelo a mí -suplicó Rampold.
-No.
Gersen estudió de nuevo a Hildemar Dasce. De algún modo tenía que revelarle la identidad de Attel Malagate. Una pregunta sería más inconveniente que útil.
-Dasce -preguntó-, ¿por qué trajiste a Pallis Atwrode hasta aquí?
-Era demasiado bonita para matarla -contestó sin vacilar.
-¿Y por qué tendrías que haberla matado?
-Disfruto mantando a las mujeres bellas.
Gersen tuvo que contenerse para no aplastarle la cabeza. Quizá Hildemar trataba de provocarle.
-Puedes o no vivir para lamentar tus iniquidades.
-¿Quién le envió aquí? -preguntó Dasce.
-Alguien que lo sabía.
-Sólo hay una persona, y ésa jamás le habría enviado -repuso Dasce moviendo la cabeza despectivamente.
No era fácil convencer a aquel monstruo. Bien. Llevaría a Hildemar a bordo de la espacionave, no habría otra solución. El encuentro podría producir la reacción adecuada.
Pero entonces se planteaba un nuevo problema. No se atrevía a dejar a Robin Rampold solo con Dasce mientras trasladaba a Pallis. Rampold podría matar a Hildemar. O Dasce podría ordenar a su antiguo prisionero que le soltase las ligaduras. Tras diecisiete años de degradación total de la voluntad, Rampold caería fácilmente bajo la influencia del criminal. Y Pallis Atwrode ¿qué haría con ella?

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viernes, noviembre 12, 2004

Gersen volvió su atención a Pallis. Permanecía sentada en la cama con la sábana ajustada al cuerpo. Tenía los ojos abiertos. Miró a Gersen, se puso en pie y se desmayó. Gersen la tomó en sus brazos y la sacó al exterior, dejándola sobre el suelo del cráter. El cautivo miraba a Dasce desde una respetuosa distancia. Gersen le habló:
-¿Cómo se llama usted?
El hombre pareció momentáneamente aturdido. Encogió las cejas como haciendo un esfuerzo por recordar.
-Yo soy Robin Rampold -contestó con una extraña voz-. Y usted... ¿es su enemigo?
-Yo soy su ejecutor. Su Némesis.
-¡Es fantástico, una maravilla! -exclamó Rampold-. Después de tanto tiempo, apenas si puedo recordar el comienzo... -Y las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas. Miró la jaula, se aproximó a ella y la inspeccionó-. Conozco muy bien esto. Cada nudo, cada barrote, cada hueco, cada empalme de metal.
Y su voz se desvaneció. De repente preguntó:
-¿En qué año estamos?
-En mil quinientos veinticuatro.
Rampold pareció reducirse de tamaño, aplastado por aquella revelación.
-No sabía que hubiese transcurrido tanto tiempo; había olvidado ya su valor. Es increíble... -Y miró a la cúpula-. Cuando él se va, no sucede nada... He permanecido en esa jaula diecisiete años. Y ahora estoy fuera de ella... -Se dirigió hacia donde estaba Dasce atado en el suelo y le dedicó una mirada indefinible-. Hace mucho tiempo, éramos dos personas muy diferentes. Le enseñé una buena lección. Le hice sufrir. La memoria es todo lo que me queda vivo.
Dasce rió entre dientes.

Jack Vance "El rey estelar"

jueves, noviembre 11, 2004

-¡Pallis! -gritó nuevamente Gersen-. ¡Abre los ojos! ¡Soy Kirth Gersen! ¡Estás a salvo!
Ella sacudió la cabeza con los ojos siempre cerrados.
Gersen se apartó de la joven. La contempló otra vez desde la puerta de la tienda. Pallis le miraba con los ojos distendidos por el asombro. Volvió instantáneamente a cerrarlos.
Gersen la dejó, registró todo el cráter y cuando estuvo seguro de que no había otra persona, regresó con Dasce.
-Bonito sitio te buscaste aquí, Dasce -le dijo, con voz calmosa-. Un poco difícil de encontrar cuando tus amigos lo desean, ¿eh?
-¿Cómo pudo encontrarme? -preguntó Dasce en tono gutural-. Nadie conoce este lugar.
-Excepto tu jefe.
-No lo sabe tampoco.
-¿Cómo supones que lo encontré yo?
Dasce quedó silencioso. Gersen se acercó a la jaula, corrió el cerrojo y habló al prisionero preguntándose si estaría todavía en su sano juicio.
-Vamos salga.
El prisionero saltó fuera de su encierro.
-¿Quién es usted?
-No importa. Está usted libre.
-¿Libre? -El hombre se quedó con una expresión estúpida en los ojos y su mandíbula se aflojó al oír aquella palabra-. ¿Y... él?
-Le mataré enseguida.
-Esto tiene que ser un sueño -murmuró el hombre.

Jack Vance "El rey estelar"

miércoles, noviembre 10, 2004

Gersen se aseguró bien del estado de las ligaduras de su mortal enemigo y corrió hacia la tienda con el proyector dispuesto para disparar sobre cualquier posible criado o guardaespaldas de Dasce. El prisionero continuaba observándole con la sorpresa más inaudita pintada en sus facciones.
Pallis Atwrode yacía arrebujada bajo una sucia sábana de cara a la pared. No había nadie más. Gersen la tocó en el hombro apreciando con fascinación el color de su carne. Su alegría se mezcló con el horror, hasta producirle una dolorosa punzada en el estómago, como jamás había sentido antes.
-Pallis -dijo-. Soy Kirth Gersen...
Las palabras llegaron a oídos de la joven apagadas por el globo transparente que cubría la cabeza de Gersen y se acurrucó todavía más. Gersen le dió la vuelta. Tenía los ojos cerrados. Su carita, antes tan alegre y encantadora, aparecía helada y sin expresión.

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lunes, noviembre 08, 2004

Gersen salió de su escondite y le siguió a unos 15 metros de distancia. Hildemar, saltando de roca en roca, no miró hacia atrás, hasta que Gersen hizo un ruido imprevisto al rodar una roca de las que había pisado. Dasce se detuvo y se volvió. Gersen ya estaba oculto tras la falla de una roca, con una mirada de loco en sus ojos.
Hildemar continuó su camino con Gersen a sus talones. En la base del muro del volcán un sonido y una vibración alarmaron nuevamente a Dasce. Una vez más se volvió a mirar ladera arriba... directamente hacia una figura que se le venía encima. Gersen soltó una feroz carcajada ante el espectáculo de su mortal enemigo que le miraba, fijamente con la boca abierta por la sorpresa y entonces le descargó un golpe demoledor. Dasce rodó por el suelo, se puso en pie y comenzó a correr frenéticamente hacia la cámara de descompresión. Gersen le disparó en una de sus musculosas piernas y Dasce cayó rodando por el suelo. Gersen le cogió por el tobillo y le arrastró hacia la cámara, le arrojó en su interior y cerró de un portazo. Dasce comenzó a luchar y forcejear como un condenado, con la horrible cara roja y azul distorsionada por la furia. Entonces Gersen le disparó nuevamente en la otra pierna, paralizándosela en el acto. Dasce quedó tendido, con el aspecto de un jabalí acorralado. Gersen le ató por los tobillos con un rollo de cuerda y le aprisionó el brazo derecho, obligándole a tumbarse de espaldas, hasta que terminó de atarle ambos brazos al dorso. El mecanismo de cierre se llenó de aire y Gersen le quitó el casco transparente que llevaba sobre los hombros.
-Volvemos a encontrarnos, amigo -dijo Gersen con feroz alegría.
Después le arrastró como a un fardo sobre el piso del cráter. El prisionero de la jaula se irguió sobre sus pies y aplastándose contra los barrotes se quedó mirando fijamente al recién llegado como si viese a un arcángel con sus alas, trompeta y aureola.

Jack Vance "El rey estelar"

domingo, noviembre 07, 2004

No habrían pasado diez minutos cuando la presión interior, al descender, activó una señal de alarma automática. De una de las tiendas surgió Hildemar con unos simples pantalones blancos y el resto del cuerpo desnudo. Gersen le observó con salvaje delectación. El torso, manchado con púrpura desvaída, resaltaba sus potentes músculos. Miró hacia arriba con sus ojos sin párpados y las mejillas azuladas en su horrible rostro pintado de rojo. Atravesó el piso del cráter, mientras el prisionero de la jaula no le perdía de vista.
Dasce desapareció del ángulo visual de Gersen, que se escondió en una grieta. Instantes después, emergió en la planicie vestido con un traje espacial llevando una caja bajo el brazo. Subió hasta el borde del cráter con enérgicas zancadas, pasando muy cerca del escondite de Gersen. Dasce dejó la caja en el suelo, sacó un proyector de energía radiante y dirigió un rayo hacia el desgarro de la cubierta de la cúpula. El aire que se escapaba resplandeció con un fulgor amarillo, porque probablemente existiría en su composición algún agente fluorescente. Al inclinarse sobre el corte, Gersen creyó observar un súbito instante de sospecha en Hildemar. Gersen se ocultó rápidamente. Cuando volvió a mirar, Dasce estaba trabajando y terminando de tapar la grieta de la cúpula con un trozo de material y soldándolo. Toda la operación le llevó poco más de un minuto. Después, volvió a colocar el material utilizado en la caja y tras inspeccionar por el borde, la ladera y la planicie, se dirigió hacia el piso del volcán.

Jack Vance "El rey estelar"

sábado, noviembre 06, 2004

En el centro del cráter había una jaula y en su interior un hombre desnudo, sentado en el centro de la pequeña prisión; un individuo alto, macilento y ojeroso, con un rostro en el que se veían escritos incontables sufrimientos, como una ruina humana. Su cuerpo encorvado mostraba las señales de cien azotes. Gersen recordó en el acto la explicación que Suthiro le dió del por qué Dasce había perdido los párpados. Mirando de nuevo, recordó las fotografías en el cuarto de estar de Dasce, en Avente: aquel hombre era, en efecto, el sujeto de esas fotografías.
Gersen registró por todas partes. Directamente debajo de él se hallaba un pabellón de tejido negro en forma de una serie conectada de tiendas de campaña. No se advertía el menor signo de Hildemar Dasce. La entrada al cráter era un túnel que conducía a través del muro del volcán.
Siguió moviéndose alrededor del borde sin dejar de vigilar la ladera. La porosa planicie marrón y negra se extendía sin límites en tres direcciones. En sus proximidades descansaba la pequeña nave espacial, que parecía un juguete metálico en la claridad de la atmósfera. Gersen volvió su atención hacia la cúpula. Con un cuchillo cortó un trozo de la película protectora y esperó.

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jueves, noviembre 04, 2004

Gersen tomó tierra en la plataforma y continuó a pie, deslizándose por el terreno, evitando aproximarse a los posibles emplazamientos de los detectores, aunque tal precaución sólo era mera formalidad. El destino no podía haberle llevado hasta allí para dejarle fracasar... Gersen acabó de subir la ladera, compuesta de basalto, obsidiana y toba. Alcanzando el borde del cráter, se aproximó hasta la cúpula que surgía construida de una red de finos cables y una transparente película de material resistente distendida por la presión del aire interior. El cráter no era muy grande: unos cincuenta metros de diámetro, casi perfectamente cilíndrico, con las paredes formadas por cristales volcánicos estriados.
En el fondo del cráter, Dasce había realizado un intento de conformar un paisaje. Se observaba la instalación de una piscina de agua salobre, un puñado de palmeras y un enmarañado conjunto de enredaderas. Gersen miraba la escena como un dios implacable, un dios de venganza.

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miércoles, noviembre 03, 2004

Poco a poco, con las máximas precauciones, fue remontando la ladera, el zumbido de los reactores apagado por el suave viento que sólo producía un débil murmullo. Dasce tendría probablemente instalados detectores a lo largo de las laderas, aunque, pensándolo bien, parecía poco verosímil. Debería considerar tal esfuerzo algo superfluo. ¿Por qué ser atacado por tierra cuando un torpedo desde el espacio sería mucho más fácil?
Gersen llegó al borde. Allí y a dos millas de distancia, se hallaba el volcán que esperaba fuese el escondite de Hildemar Dasce. Y allá abajo Gersen pudo ver lo más interesante de toda su vida, algo que le produjo una salvaje alegría hasta el extremo de saltársele las lágrimas de los ojos: un pequeño bote espacial. Su hipótesis era correcta. Allí estaba Thumbnail Gulch con toda certidumbre y allí se hallaba su mortal enemigo. ¿Qué sería de la pobre Pallis?

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martes, noviembre 02, 2004

El paisaje resultaba de lo más singular, incluso para los viajeros acostumbrados a mundos extraños. Era una superficie esponjosa y oscura con diversos matices de marrón, pardo y gris, alterada aquí y allá por conos volcánicos y colinas ondulantes de poca altura, tal vez materia residual de una verdadera estrella, las escorias muertas de un fuego apagado tras millones de años de actividad energética. Quizá pudiera ser también materia procedente del espacio exterior y sedimentada a lo largo de milenios.
Lo más probable es que se diesen ambas circunstancias. La sensación de hallarse sobrevolando la superficie de una estrella apagada ¿contribuiría a aumentar la sensación de irrealidad? La débil atmósfera permitiría una visión perfecta y clarísima de las cosas, el horizonte se expandía en todas direcciones y el panorama parecía no tener fin. Y sobre su cabeza la enorme masa suavemente resplandeciente de la enana roja, cubría la octava parte del cielo visible.
El terreno se elevó gradualmente hasta la meseta que formaba la palma de la mano de aquella extraña formación orográfica: un titánico flujo de lava. Gersen se inclinó hacia la derecha. Frente a él pudo ver una línea de colinas oscuras yaciendo a través del paisaje como la espina dorsal de un tricerátopo petrificado de tamaño monstruoso. Aquello era el "dedo pulgar", al final del cual surgía el volcán apagado de Dasce. Gersen voló lo más bajo posible sobre el terreno, aprovechando todos los escondites que le hicieran pasar inadvertido, escurriéndose de un lado a otro, muy cerca del muro de la meseta, aproximándose así a la línea de los dentados picos de la cordillera.

Jack Vance "El rey estelar"

lunes, noviembre 01, 2004

Almacenó la información necesaria en el computador y conectó el piloto automático. La nave viró y comenzó a descender. La estrella oscura descollaba con claridad bajo la nave. Tomó tierra suavemente en una formación de rocas desnudas, a un cuarto de milla de una elevación compuesta por unas bajas colinas ennegrecidas. La piedra tenía la apariencia del ladrillo, y la planicie de los alrededores presentaban el aspecto de un barro seco de color marrón.
Sobre sus cabezas, la enana roja parecía enorme. La nave expandía una densa sombra negra sobre el terreno. Un suave viento soplaba formando pequeños remolinos de polvo a través de la planicie.
Abrió el armario y los tres prohombres de la Universidad observaron con mirada hosca cómo Gersen se armaba. Éste les miró a la cara, uno por uno. En la mente de uno de ellos debería existir en aquel momento un febril intento de algo desesperado. Había, además, una precaución que era indispensable adoptar y que Gersen habría sido el más imbécil de los hombres de haberlo olvidado. Se dirigió hacia el cuarto de máquinas de la nave, y sacó de su sitio un pequeño dispositivo, componente vital del reactor de energía, que no obstante, en caso necesario, podría ser refabricado con ingenio y paciencia. Se lo echó al bolsillo junt con el archivo. Warweave, de pie en el umbral, le vio maniobrar sin hacer el menor comentario.
Gersen se vistió con un traje espacial y se dispuso a abandonar el navío. Abrió la escotilla delantera, descolgó el pequeño aparato volador auxiliar, cargó en él otro traje de repuesto y tanques de oxígeno y sin otra ceremonia abandonó la espacionave. Se dirigió volando a ras del suelo hacia Thumbnail Gulch con un suave viento zumbando en el parabrisas.

Jack Vance "Los príncipes demonio: El rey estelar"